La gran complejidad en los procesos y los equilibrios políticos para tomar decisiones es, con toda seguridad, una de las mayores ventajas con que cuenta históricamente la Unión Europea para avanzar en la integración y el progreso de los países y las poblaciones que la componemos.
Nada es fácil, ni simple ni lineal. Aquí no caben personalismos abiertamente totalitarios al estilo de Trump, Putin o similares, bajo cuyo poder las cosas se hacen porque sí, porque yo lo digo. En la Unión Europea, afortunadamente, todo es más sutil; cada paso, por pequeño o grande que sea, requiere de mucha negociación y consenso. Y, finalmente, a pesar de las dificultades y la desesperación que se genera en los procesos, el resultado siempre termina, sin satisfacer a todos, siendo razonablemente positivo.
Con este espíritu lleva construyéndose y creciendo la Unión Europea desde hace casi 70 años y entre sus mayores éxitos destaca, sin duda, la consolidación de un modelo de soberanía alimentaria, surgido de las hambrunas posteriores a la segunda guerra mundial, cuya base es y sigue siendo la Política Agraria Común.
España forma parte del proyecto común europeo desde hace ya 40 años, con un peso político-económico relevante y con periodos de gran influencia estratégica en propuestas, debates y decisiones, como está ocurriendo, por ejemplo, en los últimos años, especialmente tras la crisis global de la pandemia.
Vienen a cuento estas reflexiones cuando nos enfrentamos, en el verano de 2025, al arranque de un largo camino para aprobar los presupuestos y las grandes políticas de gestión común para el período 2028-2034, cuyo primer paso ha sido, a mediados de julio, la propuesta aprobada por la Comisión Europea, en la que se incluye un importante recorte presupuestario para la PAC y cambios normativos que generan incertidumbre y amenazas sobre el futuro común de la que sigue siendo la más importante de las políticas comunes.
La carrera tiene mucho fondo, durará más de dos años, hasta que previsiblemente se aprueben los nuevos presupuestos en el otoño de 2027. Pero la respuesta sindical de las organizaciones que representamos al colectivo social y productivo más importante del campo europeo debe ser inmediata y contundente. Por eso en UPA, nada más conocer la propuesta de la Comisión, hemos dejado claro que no podemos (ni debemos) consentir que la PAC se desmantele.
Somos conscientes de que la Comisión no propone ni derribar ni poner la casa patas arriba. Incluso en su propuesta hay elementos a valorar en cuanto a la necesarias medidas diferenciadas hacia las explotaciones más pequeñas y la imprescindible incorporación de jóvenes.
Pero el recorte presupuestario, de hasta un 22%, y sobre todo los cambios en el modelo de gobernanza son muy negativos y preocupantes; especialmente cuando se habla de avanzar sin disimulo hacia una cada vez mayor renacionalización de la PAC, que progresivamente dejará de ser menos común y más nacional. La conclusión es evidente: menos igualdad entre agricultores y ganaderos en función de la capacidad (y la voluntad) de los Gobiernos de cada país.
La movilización sectorial y social en todos los Estados miembros es el único factor crítico capaz de evitar el desastre. Así se vio, en el ejemplo más reciente, cuando las grandes movilizaciones de los primeros meses de 2024 en todo el campo europeo consiguieron cambios importantes en la gestión y la simplificación de la PAC.
Las y los verdaderos profesionales del sector agrario tenemos la responsabilidad de alertar a la sociedad sobre la importancia colectiva de la Política Agraria Común. Que nadie piense que la presión es por conseguir un poco más de ayuda. Lo que está en juego es garantizar que la Unión Europea siga siendo el mejor ejemplo mundial en materia de soberanía alimentaria.
Y ello solo será posible si aseguramos el relevo generacional, la ilusión por seguir en la faena y una rentabilidad -no solo económica- que merezca la pena. En caso contrario, pasito a paso, nos encaminaremos hacia el barbecho común europeo.
Editorial del número 305 de la revista LA TIERRA de la Agricultura y la Ganadería.