En este pasado fin de semana participé como ponente, en el marco de un Master que se desarrolla los fines de semana en una Escuela de Negocios de nuestra capital, concretamente en un seminario que versó sobre la influencia directa e indirecta, de la situación social y económica en que está inmersa actualmente nuestra ciudadanía sobre la evolución y perspectivas de su demanda de productos de elevado consumo.
En mi caso, traté la temática que concierne a los efectos de la mencionada situación en la demanda de los productos ganaderos, especialmente de aquellos que tienen un mayor precio de venta al público (PVP).
En mi intervención me referí, en primer lugar, al último informe, recientemente publicado, sobre la economía mundial que ha presentado el Fondo Monetario Internacional (FMI). Estos informes del FMI suelen establecer, con un elevado porcentaje de acierto, las coordenadas en que se mueve la realidad económica mundial y sus perspectivas a corto plazo (y que, por supuesto, tiene un reflejo directo en las economías domésticas).
En este último informe el FMI no se muestra especialmente positivo dado que, en su opinión (con la que coincido plenamente), la economía a nivel mundial está mostrando una desaceleración generalizada que es claramente más pronunciada de lo que fueron las predicciones que se publicaron a finales del año 2020.
Los datos existentes confirman que el crecimiento mundial en el año 2021 fue del 6 por 100, y las perspectivas de este crecimiento para el presente año 2022 será del orden del 3,3 por 100 y para el año 2023 podría estar, siempre en unidades monetarias de cada año, alrededor del 2,6 – 2,7 por 100.
Pero, tal vez lo más preocupante es que la inflación mundial, que se situó en el año 2021 en el 4,7 por 100, escalara hasta casi el 9 por 100 en este año 2022 si bien, para el año 2023 se prevé que esta inflación mundial baje al 6,5 por 100 y en el año 2024 descienda al 4,1 por 100.
La razón de estas cifras previsionales estará de la actuación de los principales Bancos Centrales que, en general, seguirán aplicando una política monetaria anti – inflacionista, a pesar de su negativa incidencia sobre el bienestar general de la población, especialmente el de la más vulnerable.
Esta política se sustentará, se está sustentando ya, en una clara subida de las tasas de interés y, consecuentemente, en un significativo drenaje del volumen monetario en circulación (bien entendido que, de momento, no veo que está sea la política monetaria, que si implica a la Unión Europea, se vaya a seguir, en la medida de lo posible, directamente en España, que, no se olvide, se va a sumergir en este próximo año 2023, en un complejo periodo multi – elecciones). El control que quiere ejercer la Unión Europea (U.E. – 27) sobre la aplicación de los importantes fondos llegados de Europa, por parte de nuestro Gobierno, no es, en este contexto, un tema baladí.
A nivel mundial, la situación descrita, dejando al margen el periodo crítico generado por la pandemia de la COVID – 19 (años 2019 y 2020), supondrá, nada más y nada menos, que el menor crecimiento de la economía mundial desde el año 2001.
Sin ningún ánimo de ser catastrofista (de lo que a veces se me acusa), aunque sí me considero (haciendo mía la frase atribuida a don Mario Benedetti, escritor y dramaturgo uruguayo, de que “un pesimista es un optimista bien informado”), un optimista bastante bien informado, entre otras razones, porque leo y estudio mucho, pero que no sabe ver, en estos momentos y con este Gobierno, una solución a corto plazo de la actual situación económico – política en la que está inmersa España.
Nos guste o no y dígase lo que se diga, nuestra realidad actual está afectando clara y negativamente a la capacidad adquisitiva neta (CAN) de un porcentaje muy elevado de la ciudadanía; consecuentemente, esta realidad está teniendo consecuencias no positivas en la demanda interna cuantitativa, pero especialmente en la cualitativa, de muchos productos pecuarios.
La consecuencia general de lo expuesto es, en primer lugar, la constricción del tercer margen bruto (las utilidades que dicen en LATAM) en prácticamente todos los eslabones que conforman la cadena alimentaria en nuestro país y, en segundo lugar, la imposibilidad de trasladar adecuadamente el gran incremento de los costes de la producción y de la industria transformadora, a través de la cadena, al consumidor final.
Todo ello me lleva a pensar, siendo un optimista, más o menos bien informado, que, si no se toman las medidas económicas adecuadas de forma relativamente urgente, nos podemos ver inmersos en una situación que nos lleve a una estanflación con lo que ello puede suponer para la evolución futura de la demanda en España de los productos pecuarios.
Tal vez, en esta oportunidad, podría resultar interesante observar y aprender, acerca de lo que está sucediendo en EE.UU. porque la economía más importante del mundo se encuentra estancada desde noviembre del año pasado.
Carlos Buxadé Carbó.
Catedrático de Producción Animal.
Profesor Emérito.
Artigo publicado originalmente em IACA.